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✊🍪 Dulce protesta: Repostería como herramienta de expresión cultural y política

Puede parecer contradictorio: algo tan tierno, tan delicado y cotidiano como una galleta, convertido en símbolo de protesta. Pero cuando el arte y la comida se encuentran con la necesidad de decir algo fuerte, la repostería se transforma en un lenguaje poderoso. Las galletas no solo se hornean con mantequilla y azúcar. También pueden llevar mensaje, ironía, orgullo y rebeldía.

En los últimos años, alrededor del mundo, hemos visto cómo la repostería artesanal —especialmente las galletas decoradas— se ha convertido en una forma de expresión política, social y cultural. Desde mensajes feministas en glasé hasta galletas conmemorativas en protestas, los dulces están tomando la palabra.


Un ejemplo emblemático es el de las galletas activistas que aparecieron durante las marchas feministas en América Latina. Frases como “Mi cuerpo, mi decisión”, “Ni una menos” o “Pan y rosas” decoraban galletas en tonos morado y rosa, vendidas o regaladas durante las manifestaciones. En este contexto, una galleta no era solo un snack: era un símbolo comestible de lucha y comunidad.


También en movimientos LGBTQ+, se han utilizado galletas para visibilizar causas, celebrar la diversidad o incluso recaudar fondos para refugios o centros de apoyo. Las galletas arcoíris, con frases de empoderamiento o diseños personalizados, son parte de una estrategia dulce que habla de orgullo, de derecho al amor y al cuerpo.


En contextos de crisis política, también han surgido proyectos reposteros que ironizan o critican a figuras públicas a través del diseño de galletas. En algunos casos, panaderías han lanzado ediciones limitadas con caricaturas, frases satíricas o mensajes de protesta, generando conversación, cobertura mediática y —por supuesto— debate.


Pero la “dulce protesta” no siempre tiene que ser directa o frontal. Muchas veces está en preservar una receta prohibida, en hornear con ingredientes nativos frente a la homogeneización industrial, en mantener viva una tradición ancestral. En esos gestos silenciosos también hay una forma de resistencia, de afirmación identitaria, de decir: “esto también somos”.


Además, la repostería como protesta tiene un poder especial: es accesible, empática y compartible. Una galleta decorada con un mensaje puede llegar más lejos que un panfleto. Se comparte en redes, se regala con una sonrisa, se convierte en conversación. El azúcar suaviza el impacto, pero no le quita fuerza al contenido.


Y detrás de cada galleta que protesta, hay una repostera o repostero que ha decidido hablar desde su cocina. Que usa el horno como trinchera y el glasé como pluma. Que convierte la receta en manifiesto, el empaque en pancarta y el sabor… en acto político.

Porque cuando el mundo arde, también se puede responder con dulzura. Una dulzura crítica, valiente, consciente. Una galleta puede no cambiar el sistema, pero puede alimentar el alma de quien sí lo hará.

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