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🧸🍪 Niñez en un bocado: Cómo los dulces reactivan recuerdos y emociones

Hay sabores que no solo se quedan en la lengua… se quedan en el alma. Hay galletas que, al morderlas, abren puertas invisibles al pasado. Nos regresan a la cocina de la abuela, al recreo de la escuela, a la fiesta con piñata o a la mesa del desayuno un domingo cualquiera. Esos dulces no son solo comida: son memoria comestible, y cada uno guarda un instante intacto de nuestra niñez.

La ciencia ya lo ha confirmado: el olfato y el gusto están profundamente conectados con la memoria emocional. A diferencia de otros sentidos, estos dos envían señales directamente a la amígdala y el hipocampo, las regiones cerebrales responsables de las emociones y el recuerdo. Por eso, un aroma o un bocado puede desatar una sensación tan poderosa que nos hace sonreír, suspirar… o incluso llorar.


Y cuando se trata de dulces, especialmente galletas, el efecto es aún más intenso. Porque las galletas —por su forma, su textura, su ritual de preparación y consumo— son parte de la infancia de muchas personas. No importa si eran compradas en la tienda de la esquina o hechas en casa: esas galletas formaban parte de lo cotidiano, lo seguro, lo feliz.


Piensa por un momento en tu galleta favorita de la infancia. ¿La recuerdas? Tal vez era una con chispas de chocolate, una con mermelada en el centro, una rellena de crema rosa o simplemente una galleta de animalitos. Más allá del sabor, lo que probablemente recuerdas es el momento que la acompañaba: la lonchera, la merienda con mamá, el picnic improvisado en el patio, la visita a casa de la tía.


Y eso es lo que hace a los dulces tan especiales: nos conectan con quienes fuimos. Nos recuerdan que alguna vez tuvimos las manos llenas de masa, los dientes llenos de migajas y el corazón lleno de inocencia. Que alguna vez creímos que una galleta podía arreglar un mal día… y, en cierto modo, aún lo creemos.


Hoy, muchos reposteros juegan conscientemente con ese poder emocional. Recuperan recetas antiguas, reinterpretan galletas clásicas, rescatan sabores que despiertan nostalgia: vainilla, canela, leche condensada, chocolate simple. También recrean texturas suaves, crujientes o masticables que apelan al recuerdo táctil del pasado. Todo esto no solo busca complacer al paladar, sino también reconectar al comensal con su historia personal.


Incluso los empaques y las presentaciones de hoy retoman lo retro, lo manual, lo “como antes”. Porque en un mundo tan veloz, tan tecnológico, el anhelo de lo simple, lo cálido y lo conocido se vuelve más fuerte. Y las galletas son ese puente sencillo, honesto y dulce entre lo que fuimos y lo que somos.


Así que la próxima vez que hornees una receta familiar o compres esa galleta que no probabas desde hace años, date permiso de cerrar los ojos, morder con calma y dejar que el pasado vuelva a ti. Tal vez descubras que, en el fondo, tu niñez nunca se fue del todo… solo estaba esperando en la despensa.

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