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🧳🍪 Recetas del exilio: Galletas que sobreviven a través de generaciones desplazadas

Hay recetas que viajan en cuadernos arrugados, en la memoria de una abuela, en un trozo de papel doblado dentro de una maleta. Son recetas que cruzan fronteras, sobreviven a guerras, dictaduras, exilios y duelos. Galletas que no solo alimentan, sino que sostienen una identidad cuando todo lo demás ha cambiado.

En tiempos de migración forzada, de diásporas, de familias separadas por miles de kilómetros, las galletas —sí, las galletas— se han convertido en pequeños santuarios de pertenencia. En la cocina de alguien que ha dejado su país, preparar esa receta antigua es mucho más que hornear: es un acto de resistencia, de memoria, de amor.


Pensemos en las familias judías que emigraron de Europa del Este llevando consigo la receta de las rugelach, galletas enrolladas con nuez, canela o mermelada, hechas con masa de queso crema. O en los refugiados armenios que horneaban gata, una galleta suave y dulce con capas de manteca, para sentirse cerca de su hogar. En América Latina, muchas comunidades migrantes sirias, italianas o libanesas han integrado sus recetas de galletas a la cultura local, dejando un sabor híbrido que ya forma parte de nuestra identidad colectiva.


Esas galletas que se hacen “como las hacía mi mamá”, aunque la harina, la mantequilla o el horno sean distintos, tienen un poder que va más allá del sabor. Conservan una historia. Recuerdan una lengua. Y, sobre todo, unen a las generaciones que se quedaron y a las que llegaron después.


En muchas casas, la única forma de “conocer” el país de origen de los abuelos es a través de una receta. En otras, los nietos reinterpretan esas galletas para adaptarlas a su nuevo contexto: cambian ingredientes, simplifican pasos, pero mantienen el espíritu. Así, la receta sigue viva, aunque se transforme.


Este fenómeno no solo ocurre en cocinas caseras. Muchos emprendimientos de repostería han nacido del deseo de preservar una herencia familiar, compartiendo esas galletas con una comunidad más amplia. Son negocios que no solo venden dulces, sino que cuentan historias: la de un país perdido, una lengua en peligro, una familia que se reencuentra en la sobremesa.


Incluso en campos de refugiados o zonas de desplazamiento, organizaciones y proyectos sociales han encontrado en la repostería un camino de reconstrucción emocional. Enseñar a hornear galletas tradicionales a mujeres que lo han perdido todo no es solo una actividad productiva: es una forma de recuperar el control sobre la propia narrativa.


Lo más conmovedor es que, cuando una receta de galleta sobrevive al exilio, no lo hace sola. Viene acompañada de gestos, frases, secretos, aromas. Y al compartirse —con amigos, vecinos, hijos o clientes— va echando raíces nuevas. Galleta por galleta, se va armando un hogar distinto… pero lleno del sabor de siempre.

Porque a veces, lo único que una familia puede llevarse de su tierra es una receta. Y eso basta para seguir siendo quienes son.


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