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🌍🍪 Sabores migrantes: Cómo las recetas viajan y se transforman en nuevas culturas

Actualizado: 15 abr

Cada receta es un mapa. Cada galleta, un pasaporte. Y cada bocado, una prueba de que la comida —y en especial la repostería— viaja, se adapta, se transforma… y sobrevive. En el gran cruce de caminos que es la historia de la humanidad, las galletas han sido viajeras silenciosas, cargadas de tradiciones que cambian de nombre, de forma y de sabor… pero no de esencia.

Desde los primeros registros de dulces horneados en el Medio Oriente hasta las modernas galletas de avena en Nueva York, el trayecto ha sido largo, diverso y lleno de sorpresas. Muchas de las galletas que hoy consideramos "nuestras" en realidad son el resultado de migraciones, exilios, encuentros y adaptaciones culturales.


Toma por ejemplo el alfajor, típico en Argentina, Perú y México. Aunque lo asociamos con lo latinoamericano, su origen está en la gastronomía árabe que cruzó a España durante la ocupación morisca. De ahí, viajó con los conquistadores al Nuevo Mundo y se mezcló con ingredientes locales como el dulce de leche o el coco rallado. Lo que era un dulce especiado de almendra en Andalucía, se convirtió en una galleta suave, redonda y rellena del más puro antojo latinoamericano.


Otro ejemplo encantador es el de las galletas de jengibre, tan navideñas y “europeas”, pero que llegaron a Inglaterra desde Asia, donde el jengibre era un ingrediente esencial en la medicina y la cocina. En manos de monjes medievales, se transformaron en dulces de invierno y figuras decorativas. Más tarde, los migrantes llevaron la receta a Estados Unidos, donde nació el clásico “gingerbread man”.


En Estados Unidos, las icónicas chocolate chip cookies nacieron de una innovación accidental en Massachusetts, pero su fama mundial se debe a los soldados que, durante la Segunda Guerra Mundial, compartieron esas galletas en frentes lejanos, creando una cadena de nostalgia dulce que cruzó continentes.


Y así como las recetas viajan, también lo hacen las manos que las preparan. En comunidades migrantes de todo el mundo, la repostería ha sido refugio emocional, fuente de ingresos y puente cultural. Panaderías mexicanas en California, reposteras sirias en Alemania, cocinas filipinas en Canadá… todas ellas adaptando sus recetas con lo que encuentran en el nuevo territorio, creando nuevas versiones que ya no son del país de origen, pero tampoco del de destino: son algo propio, híbrido y hermoso.


Este fenómeno también se vive en la cocina casera. ¿Cuántas recetas tienen ingredientes sustituidos por “lo que había”? ¿Cuántas galletas familiares mezclan tradiciones, regiones y acentos en una sola bandeja? Es en esa transformación donde la repostería se vuelve no solo cocina, sino memoria viva.


En el fondo, los sabores migrantes nos recuerdan que la cocina no necesita pasaporte para cruzar fronteras, solo curiosidad y cariño. Y que cada vez que horneamos una galleta inspirada en otra cultura, estamos continuando una historia de mestizaje, resiliencia y creatividad.


Así que la próxima vez que prepares una receta “tradicional”, piensa en su viaje. Y si decides darle tu propio giro, estarás haciendo lo que millones han hecho antes: crear una galleta que hable tu idioma… sin dejar de pertenecer al mundo

 
 
 

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